Marrakech hoy
- isaleonviajes
- 7 dic 2015
- 2 Min. de lectura

Marrakech, la puerta de Àfrica, la bulliciosa ciudad de las mil palmeras, la enigmática urbe de los muros rojos y la Meca de los adictos a los zocos, guarda en el laberinto de su Medina un paraíso de calma: sus espectaculares riads.
Marrakech es una ciudad única y completamente diferente al resto, hacer turismo en Marrakech es una nueva y fascinante experiencia sensorial: el color, sabor y olor que se respira desde el momento que aterrizas no se te disipará hasta semanas después de volver.
La Marrakech que realmente encandila al viajero se conoce a ras de polvo, modo adecuado de referirse a sus aceras. Entre las tortuosas calles de la Medina, donde uno se sumerge entre el bullicio del Zoco. Ahí podrás conseguir todo tipo de recuerdos y artilugios, anunciados a elevado decibelio por simpáticos vendedores casi políglotas, expertos en el arte del regateo.
Ir a la plaza Jemaa el-Fna, no resulta sólo una visita imprescindible, sino prácticamente imposible de evitar, como punto de confluencia de kilómetros a la redonda. Lo mejor que uno puede hacer ahí es sentarse en uno de sus muchos cafés a mirar. Es decir, a sucumbir ante el delicioso jaleo circundante: estrépito de ruidos, música y de transacciones comerciales a voz en grito, intercalados por acróbatas, cuenta-cuentos o adivinos de labia entrenada. ¿Qué hace un montoncito de muelas en esa mesa? Pregúntaselo al hombre que está al lado con unas tenazas, ofreciendo sus servicios a un precio imbatible.
Imposible no sonreír, romper las distancias y dejarse llevar por el corazón bullente de esta ciudad imperial. Intensa en todos los sentidos, como marca el color rojizo característico de su tierra, neblinosa bajo el implacable sol. O el intenso y pestilente olor del zoco de los tintoreros, donde la piel se trata siguiendo el proceso tradicional. ¿Y al gusto? Qué tal un cous cous con cordero especiado, acompañado de la inevitable y transigible cuota de sudor.
Qué importa, basta con abanicarse. Imposible no sentirse afortunado con el Atlas al fondo, y Marrakech multiplicándose en cada esquina con seductores anzuelos: ya solo queda asomarse y dejarse llevar.
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